Mientras le pedimos a la inteligencia artificial (IA) que nos eche una mano para resolver el cambio climático, su propia huella de carbono se está disparando. Y es que, aunque nos ayuda a diseñar fármacos, optimizar las redes eléctricas y predecir desastres naturales, esta tecnología tiene un coste oculto y desmesurado.

 

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